
Si cito a Rubén Osvaldo Díaz Figueras, prácticamente nadie sabe de quien estoy hablando, salvo algún fanático argentino de Racing o algún avispado seguidor, entrado en años, del club español Atlético de Madrid. Sin embargo, si digo «Panadero Díaz», un cúmulo abundante de personas sabrán de quien estoy hablando. De lo que también estoy seguro, es que habrá una gran división de opiniones, de juicios, etc. sobre, para mí, este excelso personaje.
Para mi gusto personal, Rubén Panadero Díaz, fue un futbolista excepcional. Un excelente defensor y magnífico atacante por esa banda izquierda que abarcaba completamente, buen cabeceador, con dominio en el manejo de pelota, unas condiciones físicas extraordinarias y un gran marcador del delantero contrario. De esta última particularidad, creo conveniente matizar que su afán, a veces desmedido, por anular al contrario, le llevaba a emplearse con excesiva virulencia, aunque, queriendo ser benévolo y atendiendo a mi admiración por él, lo dejaremos en una desmesurada dureza.
Nació en la ciudad de Buenos Aires en el año 1946. Siempre jugó de lateral izquierdo, comenzando su andadura profesional, en esto del fútbol, a la temprana edad de 19 años en elRacing Club, el equipo de sus amores y con el que disputó un total de 246 encuentros defendiendo su camiseta. En la Academia jugó, en su primera etapa, durante 8 años de 1965 a 1972, siendo este periodo uno de los más exitosos de su vida, en lo que a nivel futbolístico se refiere. Con Racing fue campeón de Liga en 1966, campeón de la Copa Libertadores en 1967 y campeón de la Copa Intercontinental, también en ese mismo año.

Al año siguiente, en 1973, cambió de club y se desarrolló en el CA San Lorenzo de Almagro.
El entrenador argentino Juan Carlos «Toto» Lorenzo, que por aquel entonces entrenaba alAtlético de Madrid, solicitó sus servicios, por lo que se reincorporó a la disciplina rojiblanca con 27 años, allá por julio del año 1973 y directamente desde el club porteño de San Lorenzo de Almagro, club en el que había coincidido con Juan Carlos Lorenzo cuando este le entrenaba. En el equipo madrileño estuvo 4 años, disputando un total de 88 partidos. También fue un club donde alcanzó el éxito, pues ganó con el Atleti un campeonato de liga (1976/1977), una Copa del Rey (1976) y una Copa Intercontinental (1974).
En el año 1977 retornó a la Academia, colgando las botas al año siguiente y comenzando al poco su carrera como entrenador.
Tenía en España y fuera de España una fama de jugador duro, rayando la brusquedad. No soy quien para juzgar, pero eran otros tiempos, otro fútbol y otro contexto. Es cierto, y no podemos negarlo, que era un jugador muy duro, como también lo eran Goyo Benito (Real Madrid), Goikoetxea (Athletic), Aguirre Suárez (Granada), Arteche (At. Madrid), Migueli (FC Barcelona) y así podríamos estar enumerando a un sinfín de jugadores de aquellos tiempos e incluso de tiempos mucho más cercanos, tanto o más duros que él y con mucho menos fama de violentos.

Es negativamente recordado por un brutal marcaje que le hizo al jugador escocés Jimmy Johnstone, en las finales de las dos Copas Intercontinentales que disputó frente al Celtic de Glasgow en el año 1967 cuando jugaba para Racing y en el año 1974 cuando jugaba para el Atlético de Madrid. En su defensa solo puedo decir que el menudo y pendenciero de Jimmy Johnstone se las buscaba y se las merecía.
Con él y junto con Iselín Santos Ovejero, el Cacho Heredia, el Ratón Ayala, el hispano brasileño Heraldo Bezerra y el paraguayo Domingo Benegas, todos ellos en el Atleti de esa época, al conjunto colchonero se le apodó como «Indios» por la gran cantidad de jugadores sudamericanos que integraban sus filas (hoy en día y con la cantidad de mojigatos/meapilas que proliferan sería inviable un apelativo de este tipo). Este apodo ha perdurado en el tiempo y ha sido hoy tan aceptado por el Atlético de Madrid, que lo luce con orgullo, haciendo ostentación de él en todos sus partidos
Rubén Panadero Díaz nos dejó en la ciudad que le vio nacer un 16 de enero del año 2018.
La parroquia racinguista, la parroquia rojiblanca y yo mismo le echamos de menos.
ALBERTO VEGUE
