
Detrás de goles y corridas, de victorias y derrotas, infinidad de veces se escriben historias muy apasionantes. Historias de lucha y de superación. Como la de Iñaki Williams, que ahora disfruta de su presente en el Athletic, finalista de Copa, pero su lucha empezó en el vientre de su madre.
Los padres Iñaki vivían en Ghana pero la vida allí se hacía insoportable, sin futuro ahorraron dinero y decidieron escapar rumbo a Europa. Caminaron por el desierto, descalzos, exhaustos pero con la misión de llegar a un lugar donde vivir dignamente.
Llegaron a la frontera donde conocieron a un abogado que les sugirió que rompan los papeles y le digan a las autoridades que eran ciudadanos liberianos. En 1994 Liberia se encontraba en plena guerra civil, entonces era más viable pedir asilo político y lograr ingresar a España.
Nunca más tuvieron contacto con esa persona que se le puso en el camino y les dió esa recomendación. Llegaron a Melilla finalmente, ya estaban en territorio español. Por medio de Cáritas, encontraron refugio en Bilbao, los recibió el Cura Iñaki quien les brindó casa y comida. Meses después nació el primer hijo de la pareja, en homenaje al sacerdote bautizaron Iñaki.
A los 4 años empezó su relación con el fútbol, jugando en la calle, en los clubes de Navarra hasta que en el año 2012 llegó a Lezama, la cantera del Athletic Club de Bilbao. A fuerza de goles llamó la atención de sus entrenadores, en especial de Ernesto Valverde, entrenador de los leones en aquellos tiempos.
En diciembre de 2014 ese Iñaki Williams cumplió su sueño y el de sus padres: debutó en San Mamés con la casaca blanquiroja. Desde ese día se volvió un referente, una bandera del Athletic.
Ilusionado con ganar la final de Copa del Rey ante su eterno rival, la RealSociedad. Esperemos que el Coronavirus nos permita vivir el partido con los aficionados de ambos equipos. El fútbol y la gente se merecen vivir esa fiesta.
El futuro está en los pies de Iñaki. Un futuro promisorio pero sin olvidar como comenzó esta historia. Una historia de ganas de vivir.
Gustavo Sanchez